Se decidió. Se armó de coraje y
caminó hacía el punto de partida, hacia el lugar exacto en el que todo comenzó.
Lo dudó, pero tenía que hacerlo. Tenía que dedicarse ese momento, ese espacio
que era suyo.
Sentada en aquella parada de
autobús recordó aquel momento que a ella le cambió. Cerró los ojos y se dejó
atrapar por el encanto que a veces tiene el pasado. Retrocedió en el tiempo y
en los recuerdos hasta sentir que todo volvía a ser igual que antes. Sola, como aquel día que llegó, y enfundada
en una nostalgia que le llenaba, se dedicó esos minutos. Minutos silenciosos
que solo ella podía entender, minutos valiosos que le hacían llegar hasta el
lugar que ella quería. Con la memoria y con la ayuda de los buenos recuerdos se
enfrentó a ese maravilloso instante en el que él apareció.
Visualizó su rostro, todo lo que él
tenía estaba plasmado en aquella imagen que ella no quería olvidar. Sonrió.
Solamente recordarlo le hacía sentir feliz. Solo su recuerdo efímero y fugaz
hacía que ella sintiera lo mismo que aquel día sintió.
Tenía que hacerlo, tenía que
volver a ese mismo punto para agradecer. Agradecer a la vida que pusiera en su
camino al hombre que ella eligió. Agradecer que justo en ese momento y en
aquella parada tuviera lugar el comienzo de una historia demasiado corta para
ella. Tenía que agradecer la oportunidad de haber experimentado lo que envuelve
el amor de otra persona, lo que te hace sentir solamente la sonrisa de esa
persona que eliges para el resto de tus momentos. Sentía que tenía que
agradecer que dentro de todo este mundo corrupto, violento y deshonesto ella
hubiera conocido la sinceridad y la lealtad más pura que una persona puede dar.
En esos minutos de agradecimiento
a los encuentros que nos ponen en el camino, se agradeció a ella misma haber tenido
la valentía de no haber cerrado los ojos ante el amor. Se agradeció ser
valiente por no haberse dejado vencer por el miedo que siempre causa el amor. Y
eso le reconfortó. Le hizo saber que todo merece la pena cuando te la juegas
por algo tan importante como es el amor de otra persona. Todo merece la pena
cuando te dejas llevar por la más divertido y loco que la vida nos trae.
Y aunque no fue fácil, ahí estaba
ella. En la parada de autobús numero
cuarenta y tres. Esperando que ese mismo autobús que algún día le condujo a la
felicidad, le devolviera ahora a la realidad. Con la necesidad de cerrar un capítulo
de su vida que le llenó de momentos inolvidables, un capitulo escrito con fotos
que se quedarán siempre en su memoria. Y cerrar ese capítulo fue lo que le hizo
llegar hasta allí, cerrar páginas llenas de vida que le hacían sentir que solo
por esa corta pero intensa historia, su vida ya había valido la pena. Pero ahora
era el momento de entender que nada dura eternamente, que no hay nada permanente y
que todo en algún momento, deja de ser parte de nosotros para formar parte de
una larga lista de recuerdos que nos forman y nos definen.
Llegó el autobús. Subió mirando
la parada vacía. Y avanzó. Hacia delante, hacía una realidad que la esperaba
para seguir descubriendo de lo que están hecho los capítulos de nuestro libro.