sábado, 5 de abril de 2014

Parada número cuarenta y tres.

Se decidió. Se armó de coraje y caminó hacía el punto de partida, hacia el lugar exacto en el que todo comenzó. Lo dudó, pero tenía que hacerlo. Tenía que dedicarse ese momento, ese espacio que era suyo.

Sentada en aquella parada de autobús recordó aquel momento que a ella le cambió. Cerró los ojos y se dejó atrapar por el encanto que a veces tiene el pasado. Retrocedió en el tiempo y en los recuerdos hasta sentir que todo volvía a ser  igual que antes.  Sola, como aquel día que llegó, y enfundada en una nostalgia que le llenaba, se dedicó esos minutos. Minutos silenciosos que solo ella podía entender, minutos valiosos que le hacían llegar hasta el lugar que ella quería. Con la memoria y con la ayuda de los buenos recuerdos se enfrentó a ese maravilloso instante en el que él apareció.
Visualizó su rostro, todo lo que él tenía estaba plasmado en aquella imagen que ella no quería olvidar. Sonrió. Solamente recordarlo le hacía sentir feliz. Solo su recuerdo efímero y fugaz hacía que ella sintiera lo mismo que aquel día sintió. 

Tenía que hacerlo, tenía que volver a ese mismo punto para agradecer. Agradecer a la vida que pusiera en su camino al hombre que ella eligió. Agradecer que justo en ese momento y en aquella parada tuviera lugar el comienzo de una historia demasiado corta para ella. Tenía que agradecer la oportunidad de haber experimentado lo que envuelve el amor de otra persona, lo que te hace sentir solamente la sonrisa de esa persona que eliges para el resto de tus momentos. Sentía que tenía que agradecer que dentro de todo este mundo corrupto, violento y deshonesto ella hubiera conocido la sinceridad y la lealtad más pura que una persona puede dar.
En esos minutos de agradecimiento a los encuentros  que nos ponen en el  camino, se agradeció a ella misma haber tenido la valentía de no haber cerrado los ojos ante el amor. Se agradeció ser valiente por no haberse dejado vencer por el miedo que siempre causa el amor. Y eso le reconfortó. Le hizo saber que todo merece la pena cuando te la juegas por algo tan importante como es el amor de otra persona. Todo merece la pena cuando te dejas llevar por la más divertido y loco que la vida nos trae.

Y aunque no fue fácil, ahí estaba ella. En la parada de  autobús numero cuarenta y tres. Esperando que ese mismo autobús que algún día le condujo a la felicidad, le devolviera ahora a la realidad. Con la necesidad de cerrar un capítulo de su vida que le llenó de momentos inolvidables, un capitulo escrito con fotos que se quedarán siempre en su memoria. Y cerrar ese capítulo fue lo que le hizo llegar hasta allí, cerrar páginas llenas de vida que le hacían sentir que solo por esa corta pero intensa historia, su vida ya había valido la pena. Pero ahora era el momento de entender que nada dura eternamente, que no hay nada permanente y que todo en algún momento, deja de ser parte de nosotros para formar parte de una larga lista de recuerdos que nos forman y nos definen.


Llegó el autobús. Subió mirando la parada vacía. Y avanzó. Hacia delante, hacía una realidad que la esperaba para seguir descubriendo de lo que están hecho los capítulos de nuestro libro.